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A mi gran amigo Pedro

 

A finales de los años 60, llegó una remesa de hermanos marianistas jóvenes al colegio del Pilar en las Viviendas de la Seat, uno de ellos, de aspecto serio y con un físico fuerte, propio de los hombres del País Vasco. Los alumnos comentábamos, en una primera impresión, que debía ser un tipo duro. Un profesor de aquellos que no te dejaban pasar ni una. Tenía fama de serio e irónico.

Una mañana, al finalizar la clase, se me acercó para comentarme si estaría interesado en tocar el órgano de la iglesia, pues le habían dicho que tocaba el piano. Le contesté, diciéndole que lo había dejado, hacía casi dos años. Me insistió, animándome a tener interés por la música. Recuerdo que le dije que mi padre me tenía que dar permiso y el no dudó en acercarse para pedirle autorización.

Cuento con detalle aquélla historia, pues fue el principio de una gran amistad.

Su nombre, Pedro Ellacuría Pujana.

 

A partir de aquel momento, fue el hermano mayor que no tuve. Por desgracia, tuve un hermano que falleció a los 6 años, casualidad que también se llamara Pedro. En los años que estuvo en el Colegio, siempre me animaba a que tocara el piano y el órgano. Recuerdo cuando me llevaba a los conciertos del Palau de la Música . Y así, hasta hoy, no he vuelto a dejar la música, pasé, más de 20 años, tocando en la Parroquia de San Cristóbal.

Pero para mí, lo que siempre guardaré con cariño,  era su actitud en las situaciones difíciles que vivíamos en nuestra casa, producto del comportamiento de mi padre. Recurría a él, cuando las cosas estaban mal. Recuerdo que pedía permiso para venir y estaba el tiempo que hiciera falta, hasta que la situación se calmara.

Cuando marchó, sentí su ausencia.  Me quedé sin apoyo y sin aquella persona que me ayudaba en cada momento. Los problemas siguieron y no tenía a mi "hermano" para ayudarnos. Admiraba aquel hombre sencillo, con aspecto tan serio, con aquella ironía, pero con aquella gran personalidad y tanta bondad.

Después  de su marcha, tuve la oportunidad de verle en su tierra. Me presentó a su familia, en un caserío de Lemona (Vizcaya), lugar donde nació. Años más tarde, nos comunicó que había dejado la Congregación religiosa y nos presentó a la que fue su esposa. En el año 1987, nos vimos en Viladecans y me comunicó que tenía dos hijos. Hablamos de muchísimas cosas y de cómo nos iba.  A pesar de los años, seguía igual. 

Lo que me duele, es no haber continuado esa relación. Nuestra sociedad ha cambiado y nosotros con ella. Todo está más cerca, pero al mismo tiempo más lejos. Mi intención era hacer, el año que viene, una visita por el Norte y de paso encontrarme con Pedro. Esperé demasiado y ya es tarde.

Hoy, me decido a escribir este testimonio, pues me notificaron que había fallecido, en Donosti, y quería rendirle un homenaje..

Con ello, quiero hacerlo saber a todas aquellas personas que tuvieron relación con él y que participaron en todos los eventos que organizaba, la bendición  de la nueva Iglesia y las Misas de Gallo, son recuerdos muy presentes.

Desde aquí, en mi nombre y en el de mis hermanas, Marieta y Nieves, quisiera dar mi más sincero pésame a su esposa, hijos y familia. Si tienen oportunidad de llegarle este mensaje, decirles que fue un gran hombre y mejor persona.

Gracias, Pedro. Hasta siempre.

 

 Cipriano Duque Cuesta