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Cualquier tiempo pasado, fue... anterior

O eso es lo que nos dicen nuestros hijos, escaseados todavía de la necesidad de hurgar en su memoria abierta y receptiva hacia el futuro. Lo contrario que nos pasa a los de nuestra generación, el más mínimo pretexto nos aboca, con deleite, al repaso de nuestras vivencias pasadas con el ánimo de exprimir nuestros mejores recuerdos.

Y qué mejor argumento que esta página web. Magnífico cobijo de buenas intenciones, para incitar a la mente dormida y para aflorar los recuerdos que inexorablemente van siempre ligados a las vivencias personales, amigos, compañeros, profesores.

Profesores…

Corría el verano del 68, cuando llegamos a este barrio. Procedentes como tantos otros de tierras hermanas, pero lejanas. Un mundo nuevo se abrió ante nosotros. Decían y escribían por entonces que habíamos ido a parar justo donde la ciudad ya no reconocía su propio nombre. Nosotros encontramos por primera vez algo de identidad, a pesar del nimio pasado que transportábamos, éste ya era una losa.

Algo corriente en aquélla Madre España vanamente prepotente, tramposa y mentirosa con  muchos de sus hijos.

Acabando aquel verano, entramos en el Colegio del Pilar. Era nuestro primer colegio en el sentido estricto de la palabra. Regido por los Marianistas, la mayoría de ellos jóvenes, con vocación de darse a los demás, siempre dispuestos sin limitación de horarios, ni quehaceres, a enseñarnos y aclarar nuestras dudas de infancia y adolescencia. Entre todos ellos, Don Benigno entonces, Benigno para siempre, ejemplo de altruismo y dedicación. Para quien la educación no acababa entre las paredes del colegio.

 Por motivos de salud, en el 4º curso de bachillerato, no pude asistir a clase durante los dos primeros trimestres. Benigno, de forma totalmente altruista, acudía a nuestra casa todos los días que podía, al acabar su jornada en el colegio, para ponerme al día y que no perdiera el ritmo de los estudios con miras de poder repetir el curso con el menor déficit posible. No hizo falta repetirlo. 

Tantas tardes de charlas y estudio, forjaron una inmensa amistad entre él y mi familia. Desde que los Marianistas dejaron de regir el colegio, nuestra amistad se mantuvo en la distancia, salvo en las contadas ocasiones que podía venir a Barcelona y podíamos disfrutar de su cariño y presencia.

Su última gran obra, fue la realización de un colegio Marianista en Colombia, donde según tengo entendido, siguió impregnando con su carácter siempre emprendedor y jovial a todas las personas que tuvieron la suerte de compartir parte de su vida.

Su Dios, se lo llevó demasiado joven, en plena tarea de consolidación de lo que fue su postrer ejemplo de vocación y  generosidad. Su recuerdo, mantiene viva la llama que mueve a las personas en busca de un mundo mejor para todos, sea cual sea su credo. La llama inextinguible de las personas BUENAS, que afortunadamente forman parte de la historia de nuestros barrios.   

 Rafael Durán