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Com l'ocell que deixa el niu

Oh!, què cansat estic de la meva covarda,
vella, tan salvatge terra,
i com m'agradaria d'allunyar-me'n,
nord enllà, on diuen que la gent és neta,
i noble, culta, rica, lliure,
desvetllada i feliç.

Aleshores a la congragació,
els germans dirien desaprovant:
"Com l'ocell que deixa el niu,
aixì l'home que abandona el seu indret",
mentre jo ja ben lluny, em riuria,
de la llei de l'antiga saviesa
d'aquest meu àrid poble,

Però no he de seguir mai el meu somni,
i em quedaré aqui fins a la mort,
car sóc també molt covard i salvatge,
i estimo a més amb un desesperat dolor
aquesta meva pobra,
bruta, trista, dissortada pàtria.

 Salvador Espriu

 

Mi hermano más joven tuvo que insistirme para que me pusiese en contacto con José Manuel Ayala.

Me había dado una pequeña idea del proyecto, pero, a parte de una gran pereza para reincorporarme a un cacho de mi historia tan distante en el tiempo y con la cual los contactos se habían mantenido bajo mínimos, me encontraba en una nueva coyuntura de cambios en mi vida. Cuando contacté con el antiguo compañero, el proyecto era una realidad muy agradable. Una página muy guapa, con fotos mías, de mis hermanos y de los amigos, que no recordaba o que incluso desconocía y con toda clase de recuerdos imborrables. Una página con la que valía la pena colaborar.

Queda tan lejos todo aquello … la página web se obstina en hacer memoria. Memoria de aquellas casitas bajas donde llegué, debía ser el 58. Mi padre, antes mecánico de un barco mercante, siempre había dicho que, desde Cataluña, le habían llamado. Creo que algún tramite tuvo que hacer después de la gran riada de Valencia, cuando decidió que no dejaría nunca más sola a la familia. El traslado familiar fue lento, hasta que Eduardo y Azucena nos dieron cabida en su casita. ¿La 41? ¿la 57? Giré la esquina y ya estaba perdido. Tuvieron que venir a rescatarme. Iba a exclamar: !Santa Inocencia¡. Pero creo que de santo tenía bien poco, por poca que fuera la edad.

Al principio, era más bien travieso, un niño de la calle. Aunque de vez en cuando volviera a casa con alguna “banda” de aquellas, de uno o de otro color que nos colocaban en párvulos según el grado de bondad que habíamos hecho. Porque fuera del colegio, iba a jugar “ a las hierbas”, que recuerdo más altas que las de la foto de Julián y compañía, quizás porque no siempre estuvieron los corderos. Siempre he situado el final de mis travesuras con el 0 patatero en conducta que nos pusieron a todos los que, un domingo por la tarde, estábamos jugando en las obras del “Casino”, en construcción. Pero vete a saber… porque aquello de ir a ver las películas del Capri a través de las persianas de madera laterales, cuando no nos llegaban los dineros para entrar, puede que durara más. Pero aquello no estaba penado. Lo que se castigaba era haber visto películas no aptas, del 3… !Y no hablemos de las 3R! Del 4, que también existían, no recuerdo ninguna. O tal vez una, pero no recuerdo el nombre.

El hecho es que, poco a poco, aquellos frailes sin sotana, don Juan, don Damián, don José Maria, don José, me fueron transformando, convirtiendo. Para bien … y para mal, que todo se tiene que decir. Todo un lío de recuerdos donde se juntan las entretenidas tardes de los domingos en la sala de Juegos del colegio (ping-pong, damas, ajedrez, parchís, “El Capitán Trueno”, “El Jabato”, “El Guerrero del Antifaz” y “Roberto Alcázar y Perdrín”), con el “Rogamos disculpen esta interrupción” del televisor instalado para nosotros en la salita que estaba entrando a la izquierda, en la residencia de los profesores. Y Rin-Tin-Tin que el panadero nos dejaba mirar a todos cuando habría la ventana de su comedor, en la planta baja, al lado de la panadería. Y las dobles sesiones en el Capri. Pero entre semana, aprender a leer con el Quijote, y mucha religión comenzando por la vida del Padre Chaminade. Y álbumes de fotos de los colegios ricos de la Congregación, todos los otros colegios “El Pilar” donde incluso salía el rey de pequeño, éste mismo al que ahora quemamos en Girona. Después se me hizo muy contradictorio que los profesores hablasen entre ellos en vasco y, en cambio, reprimiesen expresiones en catalán del poco alumnado que lo hablaba. Yo diría que no conocí la existencia de la lengua catalana hasta que, bastante más mayor, salíamos solos de excursión y dos compañeros lo hablaban entre ellos.

Fue bastante rápido, un cursillo intensivo de rosarios, misas y "vía crucis", que me hicieron monaguillo junto a mi amigo mas íntimo, Manolo, los primeros “Cruzados de la Eucaristía”. Parece mentira tanta historia vivida en una capilla tan pequeña como la del colegio. ¿Cómo podían no oírte los otros mientras estabas en el confesionario? !Y cómo cantaban de bien los profes! Gregoriano en la capilla, canciones de origen vasco en clase, las que luego cantaríamos en las excursiones. Excursiones que te perdías si no habías ido a misa. Excursiones, después, de fines de semana enteros. Hice de monaguillo también con las monjas de la otra punta de la ciudad, allá en la calle Guipúzcoa. Pero aquello era categoría. Nos hicieron expresamente hábitos largos y blancos y nos premiaban con un buen desayuno. Y pronto, muy pronto, cada jueves, a transportar las hojas parroquiales del domingo desde la sede diocesana de la calle Lauria hasta la imprenta Porcar de Sants, para que las acabasen de rellenar con lo que el padre Celestino quería poner. Este voluntariado como mensajero y la revista que posteriormente haríamos la juventud de la parroquia, me imprimió carácter, porque nunca más he dejado de hacer y transportar una revista u otra.

“Al Grano”, se llamaba. ¿Quién se acuerda? “Las alcachofas o los hijos” fue su articulo mas sonado, con una alcachofa dibujada en un lado, escrito por un Padre Manolo, estandarte de la juventud, enfadado porque ponían una tienda allí donde quería un local para los jóvenes. Hasta altas horas de la noche, escribíamos a máquina aquellos clichés donde una equivocación era mancha segura, para después pasarlo por la “churrera” donde había que tener cuidado si no querías estropear una buena cantidad de folios. Buena escuela para la vida que me esperaba, ya emancipado, haciendo exactamente lo mismo, y a menudo en escuelas de monjas, con revistas y hojas clandestinas y claramente contrarias al régimen, al sistema en mi caso.

Sí, porque me comenzaron a cambiar las cosas al irme desatando de todo aquel ambiente. Mucho más lentamente de como me entraron, fui cambiando las convicciones, las creencias, el idioma. Años me costó abandonar las ganas de ser misionero e incluso dejar de creer en Dios. Y todo, para finalmente pasar al evangelismo social que todavía ejerzo, todo siguiendo el sello del gregarismo impreso en mi personalidad, eso si, con un grado de heterodoxia importante en la conformación de la cual recuerdo específicamente al Padre Manolo. “Año Cero” fue el nombre escogido por nosotros, a partir de las reflexiones de aquel cura pícaro, sin sotana, sobre unos cuantos hechos del 68, el año con el que siempre he identificado mi sentimiento de pertenencia generacional.

Ramón Serna i Ros