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El Colegio de Pedralbes


 

Nunca pensé que existía fuera de mi barrio la “otra Barcelona”. Pasé más de 15 años pensando que las casas donde vivíamos eran lo habitual, lo corriente, pero pronto me di de bruces con la otra realidad, las casas de lujo, los chalets con piscina, los criados y mayordomos y los lugares de veraneo.
 

Desde mi humildad sabia que cada año, cuando a mi padre le daban las vacaciones en la Fabrica donde trabajaba, la SEAT, irremediablemente cogíamos el tren “sevillano” y pasábamos esa temporada en el pueblo. No tenia ni idea de ese otro veraneo en la casa de la playa. Aunque esto es una nimiedad para lo que supuso para mi estudiar en el Colegio de Pedralbes.
 

El Colegio de las madres Asuncionistas en Pedralbes, la misma congregación que religiosamente, nunca mejor dicho, pagaba la empresa SEAT en sus colegios del barrio, era una mansión que se había habilitado como Colegio, situado en uno de los barrios mas residenciales de Barcelona. Contaba además del Colegio, con un gran bosque de pinos que la rodeaba totalmente, de un gran lago con la estatua de Neptuno vigilante, y donde las alumnas podían pasear con barca, y hasta un palomar, lleno de palomas de un blanco impoluto. Ese entorno era idílico, y magnífico para poder superar los estudios de grado superior.
 

Las monjas nos becaron para asistir a ese suntuoso colegio, a pocas niñas que consideraban ellas, no se porque baremo que después estudiaríamos una carrera universitaria. Así que de una clase de 40 alumnas, tres fuimos las elegidas para dar este salto vertiginoso de la ciudad. Mª Luz, Loli y yo misma. Nos prestaron los uniformes de color azul marino y hasta las batas, y por supuesto no pagábamos un duro.

En esa estancia de dos años tuve que aprender a marchas forzadas mas protocolo que la Princesa Leticia, e intentar adaptarnos a esa mundo de la Jet, donde nosotras estábamos tan colgadas como los peces del estanque.

He de decir que tanto las monjas, como nuestra compañeras fueron estupendas, no dando importancia al hecho de que nosotras proveníamos de un barrio del otro extremo de la ciudad, y es más creo que el complejo lo teníamos nosotras.       Nunca me sentí discriminada por esa razón social.
 

Existían situaciones cómicas, que aún hoy sonrío al recordarlas. Me preguntaba yo en aquel entonces que coño era un sándwich, y porque lo envolvían en papel de plata, cuando mi madre, el único papel plateado que utilizaba era el del chocolate para hacer de río en el pesebre de Navidad. Evidentemente nuestros bocatas, envueltos con papel de estraza nos los comíamos en los lavabos para que no nos vieran.
 

La extrema distancia que existía desde el colegio hasta nuestro domicilio hizo que tuviéramos que quedarnos a comer en el Colegio de Pedralbes, y la exquisitez con la que teníamos que utilizar los cubiertos, hizo que en más de una ocasión nuestro único alimento fuese un panecillo que nos comíamos refugiadas en el bosque.

El choque de tres niñas becadas venidas del otro extremo de la ciudad, mezclándose con la gente guapa de Barcelona fue impresionante. Aunque he de reconocer, y esto es algo que aprendí con el tiempo, que la gente que es rica de toda la vida, no tiene nada que ver con los nuevos ricos, que olvidan con frecuencia sus orígenes.

Empezamos entonces, a deambular por la Calle Balmes, La plaza Calvo Sotelo (hoy Presidente Macia), a comprarnos camisetas de Lacoste y pantalones Levy’s Strauss completando nuestro vestuario pijo con pullovers de colores pastel.
 

Acudimos por simpatía, y aprovechando la ocasión para vestirnos de noche a la puesta de largo de alguna compañera, y descubrimos que no solo los reyes felicitaban con christmas de fotografías. Visitamos en ese tiempo y con la excusa de estudiar para los exámenes, casas impresionantes con criados y mayordomos, y hasta fuimos invitadas a alguna fiesta con los hijos de la Bayer ( la de la aspirina), la hija de algún ministro o descendientes del poeta Zumbarán, que contaba con una pista de baile en la misma mansión.

Veraneamos junto a nuestra nuevas amigas en sus estupendisimos chalets al borde del mar en la Costa Brava en Gerona, y viajamos por primera vez al extranjero en el esperado viaje de fin de curso a la Gran Italia. Subimos en coches de alta gama, junto a sus chóferes perfectamente uniformados que las recogían en el jardín del Colegio, e hicimos pasar unos apuros tremendos a nuestros padres cuando teniendo que acudir a las reuniones propias del colegio, dejaban el SEAT 600 aparcado fuera del colegio para no desentonar con los coches carísimos de nuestras nuevas compañeras, o compitiendo con los abrigos de pieles con los que se vestían las madres de nuestra amigas.

 

Aprobamos, por supuesto el grado superior con buenas notas como tocaba en agradecimiento a nuestras monjas, pero sobre todo fuimos conscientes que existía otra Barcelona dentro de Barcelona.

La experiencia no pudo ser mejor
 
  Angels Vinuesa