Aún
resuena en mis oídos, a pesar de haber pasado un sinfín de años, el
grito de mi entrenador Señor Grasa, cuando yo jugaba a balonmano. Ahora
comprendo que aquellos jaleos a sus jugadoras se debían mas bien al afán
de ganar que a otro propósito y el suyo siempre era bueno.
El Sr. Grasa, me enseñó todo lo referente al balonmano y fui,
digamos entre comillas una jugadora buenecilla, abusando en muchas
ocasiones de la pillería de caer rodando por el suelo para provocar un
penalty, para compensar mi falta de fuerza muscular para tirar a portería.
Eran muchos los árbitros, que ya conociendo mis argucias me
recriminaban...
-¡Vinu! Como te tires al suelo no te pito el penalty…
Aunque era tan evidente, que las caídas no parecían casuales
que siempre acababan marcando la pena máxima, y con algún guiño de
ojo de aquellos señores vestidos de negro hacia mi persona.
El Balonmano se instauró en el barrio de las Viviendas de la
SEAT, a petición de una monja grandota, La Madre Magdalena, que era tal
su afición por los deportes, que no se retenía en subirse los hábitos
y jugar con las niñas de entonces a cualquier deporte, fútbol, básquet
o a las “quemadas”, juego que consistía en dar pelotazos al
contrario, quedando así descalificado.
Se creó un equipo, el femenino, que permaneció unido y ganando
casi todas las competiciones hasta que subimos a la División de Honor,
y la Fábrica consideró que necesitaban jugadoras externas para
mantener la liga, trayendo a casa Sabadell entero y el Asepeyo.
¡Y la cagaron!
Mientras que ocurriera esta situación, siguieron los partidos
por los alrededores con nuestro microbús en azul y plata, los
entrenamientos tres veces por semana con el Sr. Grasa, primero en una
pista de cemento que estaba situada donde antiguamente estaba la
Iglesia, y después en el campo de los deportes, en las diferentes
pistas que fueron elaborando, hasta contar con un pabellón que
albergaba todas las ligas, la masculina y la femenina en distintas
categorías y hasta con suelo de parquet, que creo aún sigue hoy en día.
Esto
fue cambiando como nuestro equipamiento deportivo, si bien comenzamos
jugando con falditas blancas, acabamos jugando con short azul y camiseta
roja para regocijo de los chicos que creo, no venían precisamente a
animar en los partidos.
Mi padre, que nunca ha sido demasiado pródigo en demostrar sus
emociones, aparecía cada domingo por la mañana, cuando el partido ya
había comenzado en la parte superior de las gradas del pabellón de los
deportes .
Se sentaba silencioso a ver como se desarrollaban los goles, y
como su hija menor jugaba. Sería ya al mediodía cuando en la comida
refería algún pequeño incidente, aunque yo sabía ciertamente, que él
disfrutaba mucho, siendo más fiel seguidor que Manolo el del Bombo.
Pasamos así nuestra infancia y parte de la adolescencia junto a
nuestras amigas, Antonia, la portera, Rallo, Sole, Reche, Chiqui,
Angelina Sallent, Maite, Rosi, hasta que un final de temporada se nos
comunicó que se reforzaría el equipo con jugadoras de fuera, para
afrontar la liga de honor y quedar como unas reinas.
Solo tres fuimos las elegidas, que como “hijas del cuerpo”
mantuvimos la presencia en este equipo, chupando más banquillo que en
toda nuestra vida.
Eso
sí, viajamos mas que Willy Fog, dando tumbos por todas las capitales de
España.
Conocimos
y nos conocieron pero…
No solo el balonmano fue el deporte estrella de nuestro barrio,
sino que al contar con instalaciones deportivas, dignas de cualquier
zona residencial, se forjaron desde equipos de baloncesto, futbol, frontón
y hasta juegos de mesa como el ajedrez, compitiendo los hijos obreros
del barrio de la SEAT hasta en el programa “Cesta y Puntos”.
El deporte fue uno de los ejes en los que se apoyaron unas
cuantas generaciones de jóvenes, pero no solo se abrió este flanco,
sino que nos sumergimos sin saberlo, en tierras americanas, con los
movimientos Scout…
Pero…eso ya será otra historia
Angels Vinuesa
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